¿Era el despertador lo que había sonado? No, imposible si no lo había puesto…por lo visto la alarma estaba en su cabeza, hacia años que no necesitaba despertador para abrir los ojos al alba. Baño, infusión y ordenador. No fallaba. Tenia un objetivo en mente, y esta vez era bastante más grande que cualquier otro planeta que hubiera conquistado en el pasado. El calor de la taza en la mano, el cuidado de no derramar –otra vez– el contenido en el teclado, el vaho empañando las gafas siempre acompañado del sonido de la aplicación de productividad que le llevaría el trackeo del día, de la semana, de los meses, de la vida.
Cuando se sumergía en el mar del conocimiento, a veces el viento jugaba a su favor y se sentía avanzar, aunque la mayoría de las veces el mar calmo se trasformaba en bravo y su pequeño background construido a base de horas y lágrimas no daban para afrontar esa tormenta. Era entonces cuando él se acercaba desde atrás y preguntaba “¿Qué te pasa cariño? Ya sabes que nada es fácil si realmente merece la pena.”
Ella quería pedirle prestado su confortable y seguro portacargas, esa bestia de 400 metros de eslora y 15 pisos, el que no había tormenta que tumbara, pero sabía de sobra que así no iban las cosas. Nadie pasa de una balsa de 2 x 2 de madera podrida a un portaaviones por el camino rápido, no, no en el mar del conocimiento. Aquí no hay atajos, ni colegas que te presten, aquí estás tú, tú, tu pericia, tus ganas, tus llantos, tus alegrías y por fin, tu paz.
Y a veces se sorprende viajando lejos, con su imaginación, a aquellos sitios que visitó cuando no tenía más preocupación en la vida que donde serían sus próximas vacaciones. Esos sitios seguirán ahí el año próximo, pero este momento no, hay que tener una estrategia y saber que batallas librar si se quiere ganar una guerra. Y a la guerra que se va, a lo Imperator Furiosa. Se deja las ojeras a modo de pinturas de guerra y se vuelve a sumergir de lleno en la tormenta. Hoy esta no me gana. “Hoy eres mía» piensa mientras toma un gran trago de infusión para darse cuenta de que, como siempre, se le había quedado fría.
Enrique Arís dice
Francamente, Caro, tu escrito es muy bueno. Transpiras muy buen rollo.