El sonido de la ambulancia sonaba insistente en sus oídos, intentó abrir los ojos y no le respondían. Notaba la boca pastosa, el dolor en el pecho era insoportable y de lejos le llegaban conversaciones ininteligibles para dar paso, otra vez, a la completa oscuridad.
Las puertas automáticas de urgencias se abrieron de par en par mientras la camilla con el cuerpo de una chica joven pasaba como una exhalación.
–Mujer, treinta y tantos, le dio tiempo a llamar a urgencias, no responde, fisicamente todo en orden pero parece estar rota por dentro. Le han partido del pecho hasta la espalda.
–Rápido, a quirófano dos, no hay tiempo que perder.
Las luces del techo se suceden, una, dos, tres, cuatro…no espera ¿era esa la quinta? El dolor es insoportable y el mero hecho de respirar le arranca grandes lágrimas que se deslizan por sus mejillas y nota como se van acumulando en sus orejas, llegan cálidas y se tornan frías… hostiles.
Cuatro personas vestidas de verde se asoman desde arriba, el olor a desinfectante lo inunda todo, le hablan, no les presta atención mientras le ponen una pequeña linterna en los ojos, ella solo quiere que la dejen sola, sola con su dolor. Le acercan algo a la boca y de nuevo la completa oscuridad.
Era un día como otro cualquiera con la excepción de que le debían horas en su trabajo y había aprovechado para salir antes y poder darle una sorpresa a su marido. Risueña doblaba la esquina mientras pensaba en la sonrisa que iluminaría su rostro “¿Cómo tú por aquí, pillina?” y la abrazaría.
Y allí estaba él, en el portal de su trabajo, con una compañera y antes de que le diera tiempo a levantar la mano y agitarla se quedó petrificada, él, su marido, el amor de su vida, atraía a la chica hacia si y la besaba con pasión.
Un golpe subito, el aire le faltaba y cayó al suelo… Busco a tientas en su bolso y a duras penas pudo marcar el 061…
–Emergencias, dígame.
–Me acaban de romper el corazón, no sé si voy a poder sobrevivir a esto…
–Por favor indiquenos la dirección, la ambulancia llegará en dos minutos, resista.
Abrió los ojos algo desorientada, la habitación era muy luminosa y había varios ramos de flores. Casi toda su familia y amigos estaban allí. Le contaron que había sufrido una operación muy importante pero que se iba a poner bien con ayuda de todos. Tenía la sensación que le faltaba algo y no sabía que era. La marca de un anillo desaparecido aun se podía apreciar en su anular, mientras se pasaba la mano sobre la herida cicatrizando en el pecho, pero no le dio más importancia. También observó más cicatrices por la misma zona, no recordaba haber sufrido más operaciones de ese tipo.
Su mejor amigo decidió quedarse con ella esa noche, era su casa, la recordaba pero era como si le faltasen trozos. Pensó que era una casa muy grande para una sola persona y se fijó que faltaban fotos en la pared por las marcas más claras.
Le explicaron que había estado haciendo limpieza antes de su “accidente”, ella los creyó y durmió a pierna suelta esa noche. Al abrir el armario por la mañana decidió que iba a darse unos caprichos e irse de compras porque tenía demasiado espacio ahí dentro…La limpieza que hizo debió ser grande pensó.
72 horas después de que le partieran en alma, allí estaba ignorante de todo lo que había pasado, riendo en la calle y yendo de tienda en tienda con su mejor amigo mientras la cicatriz del pecho le picaba pero apenas la notaba ya.
Y luego se despertó empapada en sudor…
Digo yo: ¿no sería genial que al igual que cuando te rompes una pierna te operaran de urgencia de una decepción amorosa?
El otro día una conocida tuvo una caída y la operaron sin dilación, eso me hizo pensar con que premura nos “arreglan” cuando se nos rompe algo físico, pero ¿qué pasa con las heridas del alma? –Esas que duelen tanto o más que un hueso roto pero que nadie les pone remedio de urgencia– Se pensarían que bromeas si te ven llegar al hospital diciendo que tienes el corazón roto y que te lo arreglen…En cambio, lo que hacen, es dejar que seas tú el que lidie con la situación, que decidas la cura sin darnos siquiera unas herramientas básicas. Así que la mayoría decide dejar que la herida se gangrene, porque piensan que tapándola se curara sola, que el tiempo y las plaquetas emocionales harán su trabajo o puedes ponerte en plan McGyver a ver si encuentras un clip y un chicle para arreglar el desaguisado.
Es como que te disloquen el hueso del hombro y esperar que se encaje solo, por arte de magia.
¿Y qué pasa con la gente que anda corta de plaquetas?¿Y con la que se aferra a su corazón roto como si fuera lo único que le queda en el mundo? ¿Acaso no necesitan transfusiones o ayuda para desencajar esos dedos crispados alrededor del corazón? ¿Por qué le damos tanta importancia a lo físico si sabemos ya de sobra que lo emocional acarrea muchas más consecuencias?
En fin, con todas estas dudas me quedaba yo mientras elegía un ramo de flores bonito.