El día que comencé a empacar mis cosas para traerlas de vuelta desde Londres, un año hace ya, un sudor frío recorrió mi cuerpo. No podía llevar tantas cosas, no ya solo por la pasta de enviarlas desde allí sino porque en casa de mi madre no tendría tanto espacio, me costó bastante vender, regalar e incluso tirar cosas que formaban parte de mi vida. Y no es eso lo que nos debería dar miedo y pena, ya que solo es deshacernos de cosas materiales, son las mochilas emocionales, con las que cargamos a diario, lo que más daño nos hacen y en las que menos limpieza hacemos.
Vemos hasta normal a ir hasta los topes con esos mochilones –de perroflauta– a cuestas, que nos hacen ir arrastrando los pies y los hombros por la vida. Y es que no sabemos soltar, soltar es doloroso, el apego que nos une a las cosas materiales y a las personas nos da seguridad… ¿Qué sucedería si esto que voy dejar al lado de mi camino porque ya no me sirve o me pesa demasiado me hace falta la semana próxima, o en un año o quizás en veinte? Es ese miedo a equivocarnos el que nos hace aferrarnos aún con más fuerza a cosas, personas y situaciones insostenibles.
Dónde caben dos, caben tres.
¿Qué diferencia hace una carga más? si puedo con 20 podré con 21 pero me prometo que con la 22 ya no cargaré ¡mentira cochina! sabes que tus limites de aguante se pueden ir expandiendo hasta el infinito. ¿Acaso no dijiste que a 22 no llegabas y ya cargas con 1398 piedras? Y lo peor de todo, las comparaciones…si “Fulanito” puede cargar 1500 pues ¿por qué no yo? Pues porque tú eres tú y debes conocer tus limites, saber ponerlos, no porque seas más débil o más fuerte simple y llanamente porque te plantas. Basta de ordagos a la vida.
He decidido que mi mochila ya es suficientemente pesada para mi así que no quiero –no que no pueda– es que no quiero aguantar ni una sola piedra más, se acabó –it’s enough– y lo que me apena y alegra a partes iguales es el saber que con esta decisión muchas más caerán de mi mochila, y caerán por su propio peso.Y me veo al lado del precipio, soltando piedras al abismo y da miedo, y mucho, porque estas piedras no son cosas materiales, como las que dejé en Londres y que jamás volví a echar de menos, estas piedras son personas muy cercanas a mi, amigos, familia… personas que jamás estuvieron a la altura de las circunstancias, que me decepcionaron una y otra vez, que me vieron sufrir y miraron hacia otro lado… al mismo lado que pienso mirar yo ahora mientras las dejo ir. Las bendigo y las libero de mi vida.
¿Y ahora qué?¿Te sientes más ligera?¿Ha merecido la pena? Pues lo realmente curioso es que esas piedras emocionales siguen pesando un tiempo después de soltarlas, debe de ser algún truco psicológico. Lo que sé es que puede que hoy no me sienta mejor, ni mañana ni en dos años…pero poco a poco sentiré que hago el camino más liviana e iré más rápida y sin darme cuenta el día menos pensado mis hombros no dolerán nunca más y mi cuello dejará de estar rígido y entonces ese día, ese día menos pensado, sonreiré y volveré a bendecir a aquello que ya no está en mi vida.