Las manos son la primera cuna que nos recibe en este mundo, nos acarician, nos mecen, nos calientan. Son capaces de hablar desde la ternura más infinita hasta el odio más atroz. Nos permiten manejar este mundo físico en el que habitamos. Dicen aquello que nuestra voz no puede, lo escriben, lo teclean. Levantan barbillas para dejar que sean los ojos los que hablen. Recorren cuerpos con pasión, quitan y ponen, ponen y quitan. Agarran fuerte otras manos. Se enmarañan en tu pelo para atraerte hacia bocas. Crean cosas sublimes y las destruyen. Masajean cuello doloridos… nuestras manos son el instrumento de dios, si es que este existe.
Sentada cerca de mi ventana, me sorprendo con este tren de pensamiento mientras observo las mías, veo como la artritis juvenil que me detectaron hace ya más de cuatro años devasta toda aquella falange que toca y reflexiono: ¿Cuántas cosas no seré capaz de hacer en unos años? ¿podré tejer y maquillar? ¿quizás pintar o sostener el lápiz para dibujar? ¿seré capaz de teclear sin dolor?. Recuerdo aquellas manos de uñas largas, tan bonitas, cuya única preocupación era de que color decorarse esa semana y pienso en la medicación, en los ejercicios, en lo baños de parafina y el rezarle a Fray Leopoldo…ahora tienen la agenda a tope ¬.¬UU
Y ya ni siquiera el humor consigue detener las lagrimas que se deslizan por mi mejilla. Si por lo menos el dolor diera tregua, ese que en un cierto punto te avisa de que algo no va bien, el que te hace sentir, en otras ocasiones, que sigues viva…pero no, no es el caso, y sí, algo no va bien, y no, no me hace sentir más viva. Me hace consciente de la veleidad del tiempo.
Mirate las manos, y sí, es el momento de sentirte agradecido.
De nada. ^.^