Cuando era niña solía jugar con un espejo, uno mediano de tamaño a2, el juego era de lo más sencillo; Colocaba el espejo a la altura de mis caderas enfocado hacia el techo y caminaba por mi casa. En los pasillos no había problemas, a lo mejor tenía que desviarme para sortear alguna lámpara, cuando entraba a algún cuarto, tenía que levantar la pierna para saltar el “tranco” que suele haber entre la puerta y el techo. En realidad no importaba cuanto levantara la pierna porque ese tranco no estaba bajo mis pies, sino en mi cabeza, y siempre lo pasaba…aunque tuviera la sensación en el estómago de que no iba a ser así, que me iba a estampar de morros contra el suelo por llevar las manos ocupadas por sujetar el espejo.
La sensación de engañar al cerebro de un modo tan sencillo pero logrando potentes dicotomías me fascinaba y era tan solo una niña. En alguna ocasión le pregunté a mi padre el cómo era posible que aun sabiendo que esos obstáculos no estaban en el camino, la sensación de que me la iba a pegar en mi estómago fuera tan real; Una mirada por encima de las gafas era lo más que conseguía.
Pues bien, con el tiempo me he dado cuenta de que nos pasamos la vida mirando a través de ese espejo, viendo el futuro menos halagüeño y generoso, observando cabalgar a jinetes del Apocalípsis que no resultan ser más que manchas en el techo. Y uno de los días, en la vida real, pensé que ya estaba, que me la pegaba sin remedio y no fue así a pesar de no levantar ni un milímetro el pie del suelo al pasar de una habitación a otra, en ese día otra realidad se abrió ante mi… Sí eres capaz de creer en esa realidad distorsionada que te muestra el espejo ¿Qué te impide creer en tu propia realidad piruleta?
Yo y mi humor…jajaja
Sí, está bien, puedes conservar tu espejo si te place, pero enfocado a las nubes donde el infinito es el limite, no a la espesura de las ramas del bosque donde pienses que es difícil avanzar y tus piernas van a terminar dañadas.
Todo depende del ángulo desde que se mire, my dear.