Vivimos en un mundo que gira demasiado rápido, donde todo es para ayer, las comunicaciones son instantáneas y si no son así, nos impacientamos. La comida es rápida -y basura- los transportes públicos pasan cada pocos minutos y si tardan, nos exasperamos.
Debo confesar que yo me convertí en una de esas personas en Londres y el estrés terminó por dejar huella, tanto física como mental.
Así que decidí volver a encontrar mi centro, retirarme unos días de ese mundanal ruido, cuidar mi alimentación, comer sin prisas, reír sin pausas, olvidarme del móvil y dejar que la vida vaya tomando el ritmo que me gusta sin forzarla. Aburrirme, señor ¿cuánto podía hacer que no me aburría? Debería estar penado por ley no hacerlo al menos una vez por semana.
Se me había olvidado lo que era que no te duela nada, no estar cansada, disfrutar de una puesta de sol, perderme en una mirada sin tener que estar mirando el reloj de reojo. Vivir, en definitiva.
Que no es más que ser consciente de tu plenitud, estar agradecida por lo que se tiene, ir sin peinar, sin maquillar y si me apuras hasta sin ropa interior. Ser tú y mostrarte tú, sin tantos artificios.
Y bueno aquí me hallo, perdona si tardo en dar señales de vida.