No soy de constancia, creo que de esto te habrás dado cuenta últimamente que es cuando me he permitido ser más libre.
El no ser constante por naturaleza lo he compensado con una férrea disciplina, se podría decir que casi militar. Por algo la familia de mi padre se dedicaba a esa rama.
Primero fue mi padre, y después de salir de su influencia, una voz en mi cabeza siempre me ha ordenado que para ser alguien hay que trabajar duro, ser constante, no detenerse (detenerse es la muerte) y sobre todo jamás decepcionar a los demás.
Y claro, a fuerza de oírlo, me lo terminé creyendo. ¿Quién sería Caro si no publica cada martes? ¿quién es si no es productiva hasta ponerse enferma? ¿quién sería si no pensara antes en los demás que en ella? Y la respuesta me daba pavor “no lo sé”. Temía desaparecer, disolverme en el olvido de las personas, que le viento me llevara cuan estatua de sal.
Pero sobre todo temía perder lo que me definía, mi personalidad: sin ella no sería nadie, nada, caput.
El ego tiene maneras muy curiosas de tenernos a su merced, y el miedo es la más potente de todas:
- “Quédate en la zona que conoces que, aunque no sea ideal, la conoces tía”.
- “Compórtate como esperan de ti aunque no te apetezca una mierda”.
- ” Da explicaciones por todo, incluso cuando no te las pidan” (nada más peligroso que dejar volar la imaginación a la peña).
Y te vas enredando y enredando, convirtiéndote en un puto capullo de seda, pero no para transformarte desde oruga sino para ocultar la mariposa que eres. Te cortas las alas, te encierras en tu mundo. “Así no te harán daño”; Te susurra tu ego, sonriente.
Y llega el día en el que “se te cruza el cable” (así es como lo definen las personas que no se atreven a dar ese paso) y piensas «the time is now» y empieza a sudártela todo, mandas a esa voz a la habitación del castigo y comienzas a hacer solo y exclusivamente lo que realmente te apetece en cada momento.
Cada vez que asoma la cabeza para decirte lo que piensa de lo que vas a hacer le lanzas un “Chiiisss” y la mandas de nuevo dentro… Y como esa voz vive en una jodida tiranía militar, es obediente que te cagas.
De este modo empiezas a rasgar ese capullo que tú misma armaste, al principio con timidez y miedo y al final en plan Chuck Norris con un machete.
Y te das cuenta de que nada malo pasa si no te apetece escribir, ser la top mundial en productividad o decir que te dejen en paz cuando te apetece. Que no pasa nada por un día sentirte la reina del pollo frito y al otro que no vales un duro, nadie dijo que fuera fácil, pero ¡hostia! cómo disfruto soltando tacos y en mi montaña rusa emocional ¿Acaso no se trata la vida de esto? ¿ De ser capaz de disfrutar hasta en la mierda más profunda?
Pues ea, que te dejo mi machete por si te apetece rasgar tu capullo (metafórico, que te veo venir) y matar a tu ego de camino. La paz es infinita aquí.